Rutas enológicas para redescubrir Cádiz
Si por algo enamora Cádiz son por sus maravillosas playas. Paisajes de ensueño, atardeceres de infarto y arena fina y blanca son algunos de los reclamos que buscan los cientos de turistas que año tras año se acercan a la provincia más meridional de Andalucía, al sur de España.
No obstante, siempre sin desmerecer a sus 260 km de costa, Cádiz tiene otros encantos, como sus vinos y rutas enológicas. Tal y como dijo el novelista estadounidense Henry Miller, “nuestro destino de viaje nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas”.
Si eres un enamorado de Cádiz y crees conocerlo todo sobre este rincón, estás equivocado. Aquí te dejamos una selección de las mejores bodegas para volver a redescubrir la provincia.
González Byass
¿Te gustaría sentirte como Blanca Suárez o Javier Rey en El verano que vivimos? Entonces hay que empezar por bodegas Gonzalez-Byass.
En 1835 -con apenas 25 años-, Manuel María González compró en pleno centro de Jerez de la Frontera esta bodega a la que llamó Tío Pepe, en honor a su tío (quien se lo había enseñado todo sobre el comercio del Sherry). De esta forma nacía el fino más famoso del mundo que se sigue elaborando en estas bodegas -set del rodaje de la película,- y donde cada rincón rebosa historias y anécdotas.
Entre sus muros se encuentran peculiaridades tan singulares, como la calle Ciegos (considerada una de las más bonitas de España), o la bodega circular de La Concha (construida en hierro e inaugurada en 1862 durante la visita de la reina Isabel II).
Con una producción de 15 millones de botellas, a día de hoy Gonzalez-Byass sigue siendo un punto de referencia en nuevas experiencias, con los restaurantes de sus jardines, los conciertos del Tio Pepe Festival o el hotel Bodega Tío Pepe (considerado el primer Sherry hotel del mundo).
Imprescindible: un baño en la piscina del hotel con vistas a la catedral de Jerez, desde su terraza, acompañado con una copa de espumoso Croft Twist o un oloroso seco Alfonso.
Valdespino / Marqués del Real Tesoro
Un día José Estevez (dueño del Grupo Estévez) preguntó a Victoria Frutos Climent (enóloga de las bodegas Real Tesoro) qué pasaría si a sus vinos se les aplicaba el proyecto Genome Music.
Según la información recogida en la web, este trabajo de investigación -realizado por la doctora Aurora Sánchez Sousa, (Jefe de la Unidad de Micologia del Hospital Ramón y Cajal)-, estudia cómo transformar y traducir las secuencias genéticas de las levaduras de flor responsables de la crianza biológica en notas musicales”.
“Cuando me consultó le dije que no debía de haber problema. La música no iba a dañar el vino”, asegura Victoria encogiendo sus hombros. Desde entonces, el silencio de las bodegas de este grupo es roto por las melodías que suenan a determinadas horas.
“Sin embargo, él fue más allá e hizo que se tradujera también la secuencia de su propio ADN. De esta forma todos los días, antes de las piezas habituales con la secuencia de las levaduras, la primera melodía que suena es la suya. Es una forma de seguir presente, aunque ya no esté con nosotros”, asegura Victoria. Sin duda alguna, genio y figura.
Hablar del grupo Estévez supone hacerlo de uno de los más antiguos y con más solera del marco jerezano. Miembro de la Real Orden de Proveedores de la Real Casa y de proveedores de la real Casa de Suecia, su historia comienza en 1264 con Alfonso Valdespino, caballero que combatió al lado de Alfonso X El Sabio durante la Reconquista de Jerez de la Frontera. Como premio, el rey cedió tierras y fincas que se dedicaron al cultivo de la viña, siendo el origen de las bodegas Valdespino.
No obstante, estas instalaciones son sólo una de las piezas del gran puzzle de este grupo bodeguero,-formado también por bodegas La Guita y Real Tesoro,- cuyas instalaciones se dividen entre las bodegas de la calle Misericordia (en Sanlúcar de Barrameda) y las instalaciones de la N-IV (en Jerez de la Frontera).
En este último enclave reposa Inocente, el único fino del marco elaborado con palomino que procede únicamente del pago jerezano de Marcharnudo (uno de los más codiciados).
Como peculiaridades de estas bodegas, hay que destacar varios puntos: la fermentación realizada en botas de roble de unos 500 litros (siendo ahora lo normal la fermentación en tanques de acero inoxidable de hasta 50.000 litros) y sus 10 filas criaderas (cuando normalmente se restringen entre 2 y 3 ).
“Los vinos son como las personas. Al principio, en las primeras criaderas, es como un niño: se mueve, es inquieto, tiene vida, tiene muchas aristas en boca”, asegura Victoria. “Luego, a medida que pasa el tiempo, se apacigua y tranquiliza, como una persona mayor. De ahí viene nuestra decisión de mantener este número de criaderas y darle todo el tiempo que necesite”.
Imprescindible: conocer su colección de arte y su yeguada, con más de una treintena de caballos de pura raza española de capa negra.
Muchada-Leclapart
Parada obligatoria para descubrir la verdadera uva palomino. Esta bodega, situada en Sanlúcar de Barrameda, es el mejor ejemplo de que las cosas se pueden hacer de manera distinta. Seguro que en alguno de tus anteriores viajes a Cádiz has probado algún vino elaborado con uva palomino, la variedad típica de la zona. Sin embargo, te aseguramos que un trago de las botellas elaboradas por Alejandro Muchada y David Léclapart no tendrán nada que ver con lo catado hasta el momento
Máxima expresión del terruño y de la palomino. Así se podría resumir esta bodega, de las pocas de la zona donde se trabaja la viña bajos los principios de la agricultura biodinámica y la escuela francesa del buen hacer vitivinícola, donde la palomino - que siempre ha sido tachada como variedad neutra-, alcanza unos matices ricos y variados. En una sóla palabra: delicioso.
Para ellos, que se conocieron en Francia, las uvas de calidad son la base de cualquier vino (las cosas hay que hacerlas bien desde el principio). En su caso, la materia prima llega directa desde las cepas viejas plantadas en La Platera, Miraflores Alta y Camino del Puerto, tres pagos localizados entre Sanlúcar y Chipiona, muy cercanos al océano Atlántico y orientados al poniente.
Imprescindible: durante la visita, un paseo con Juan Peregrino, capataz de la viña, que asegura tener la misma edad que el viñedo. A sus más de 80 años, es una enciclopedia andante. De los pocos testimonios vivos que quedan en la zona.
Barbadillo
Si en algún sitio puede ocurrir la magia, indudablemente es en Barbadillo. Estas bodegas, fundadas por Benigno Barbadillo y Manuel López Barbadillo a su vuelta de América en 1821, son el fruto de distintas ampliaciones realizados a lo largo de los años. La mayoría de las instalaciones, ubicadas en el Barrio Alto Sanluqueño, pertenecían a la Iglesia y fueron adquiridas durante la desamortización de Mendizábal. Algunos trabajadores aseguran que entre sus rincones se encuentran aún las mazmorras donde el clero encerraba a los morosos que se negaban a pagar el diezmo.
A día de hoy, 200 años después, estas singulares bodegas se han convertido en todo un símbolo sanluqueño. Entre sus muros se esconden La Arbolellida, una de las bodegas-catedrales más grandes de la provincia, donde reposan 1.500 barricas. Todas ellas las conoce al dedillo su enóloga, Montse Molina, quien descifra a la perfección los secretos de este templo donde el Levante y el Poniente juegan con los vinos: la misma bota, con el mismo mosto -pero bañado con vientos distintos-, da vinos totalmente diferentes.
Mientras que la claridad y frescura del poniente hace el vinos más delicado, fino y menos pesado en boca; la rebeldía y fuerza del levante - que sopla en un rincón mucho más oscuro y húmedo-, da un vino mucho más potente y con carácter. Todo un milagro y misterio que sólo puede ocurrir en Sanlúcar.
Imprescindible: un paseo por la bodega San Guillermo, dentro de las bodegas Barbadillo, antiguo convento reconvertido a bodega.
Ya sabemos que con este plan es muy probable que cuando regreses a casa sufras el síndrome postvacacional. Sus principales síntomas son un gran cansancio - mucho mayor que cuando comenzaron tus días de descanso-, acompañados de una gran melancolía y añoranza. Vaya por delante que nosotros no nos hacemos responsables. Está claro que las vacaciones son para descansar, pero quién diría que no a un planning como este ¿verdad?